Archivo mensual: junio 2010

La Casa de las Arañas

Desde incontables generaciones de antepasadas, la casa de las Pavouk era un misterio resguardado en una celosa burbuja de tiempo. Nadie sabía como se había forjado la casa, aunque eran muchas las brujas de la familia que se habían interesado por preguntarle cómo es que había llegado a existir.

-Simplemente apareció-, había dicho la voz cavernosa de Primer Abuela cuando fue consultada en la centésimo sexta sesión espiritista que se celebrara en la casa, para indagar sobre aquel asunto. Y luego, había vuelto a roncar en las mullidas nieblas del olvido, esperando no volver a ser molestada mientras disfrutaba cómodamente de la apacible muerte.

Y fue la casa la primera en ver llegar aquella lluviosa tarde de Octubre al niño, perdido en un mar amarillo de plástico con capucha y manguitas. Venía tomado de la mano de su madre, una mujer de piernas extraordinariamente largas y grandes ojos sombríos.

-¿Tienes miedo? –preguntó ella, y su susurro llegó a través de una neblina oscura alrededor del chico.

-Sí, tengo… ¿Puedo tenerlo? –murmuró el niño despacio, y luego se quedó quieto como una estatua blanca frente a la puerta de la casa.

-Sí –dijo ella-. Puedes tener miedo. Pero sólo por esta vez.

¿Dónde está la vieja Bozena?

Durante el día, cuando las apolilladas bisagras de las ventanas no logran disolver la luz que viene desde el este, la vieja Bozena descansa de cabeza en el armario, hundida en el pozo profundo que contiene sus recuerdos y los de su exclusiva familia. Su nariz de cyrano da silbidos ruidosos que hacen temblar el polvo acumulado en las antiguas telarañas de los techos, y sus labios añejos refunfuñan en sueños contra la descendencia varón que le ha entregado el destino a su única hija, Anna.

En la colina, las blancas sábanas se agitan como espectros azotados por el viento. Lubos vuela un cometa de papel sostenido en un largo y sedoso hilo, y luego, bajo el antiguo ciruelo seco, escribe sobre las almas perdidas que gimen tras las desgastadas y enmohecidas paredes de la casa.

Cuando el tiempo es cálido es posible que su madre le deje dormir a la intemperie, pero si oscuras nubes galopan desde el norte, deberá correr hasta su cuarto en la buhardilla, donde los huecos dejan silbar a Boreas, y los gatos negros, abrigados en sus finas pieles oscuras, celebran fiestas escandalosas, bailando los cantos del viento sobre las vigas del tejado.

¡Es noche de Aquelarre y las brujas agitan sus mandíbulas repletas de dientes amarillos! Lubos se acurruca en el descanso de la escalera para verlas reír y bailar, girando y cantando melodías extrañas y cavernosas de siglos de antigüedad.

Recuerdan los buenos tiempos, cuando devoraban niños y arrebataban bebés de sus cunas. Y luego salían volando en sus escobas de madera, para terminar danzando en medio del bosque, sus pieles desnudas abrigadas tan sólo por el tenue resplandor de la luna.

Y cuando la veleta en lo alto del techo arroja su sombra de gárgola sobre la colina en penumbras, Lubos corre a refugiarse en el altillo. Las brujas vuelan como negros murciélagos hasta sus refugios y la abuela Bozena, ebria de vino, vuelve a refugiarse en el armario y pronto deja escuchar sus ruidosos ronquidos matutinos.

-¿Aún tienes miedo, hijo? –preguntó Anna, su madre, besándolo tiernamente en la coronilla.

-No. Ya no… –fue la suave respuesta inmediata del niño-. ¡Quiero vivir por siempre en esta casa!

Y la casa de las Pavouk lo dejó morar en ella.

Un regalito para todos

 

Tres Destinos, 1956, Remedios Varo.

Es bello su trabajo.
Pueden ver más de su obra en http://pintura.aut.org/SearchAutor?AutNum=14914

Me abrazó de las rodillas…

-¿Acaso no se da cuenta que lo convertí en algo mejor, que su porte y elocuencia han mejorado? Si, es increíble, le he dado lo mejor de mí y con eso ha reforzado lo mejor de él. Él es mi mayor logro. Cuando lo escuché hablar la primera vez, supe que no llegaría en su carrera muy lejos sin que alguien le ayudara, y ese alguien era yo. Yo debía enseñarle que  los hombros deben ir hacia atrás cuando habla y cómo debe impostar la voz para darle mayor potencia a sus ideas. Desde que nuestros caminos se cruzaron, supe que necesitaba que alguien creyera en él. Su familia no era más que un eslabón perdido en la evolución. Ninguno de sus miembros había sabido valorar sus esfuerzos. ¿Acaso no se da cuenta que su vida cambió radicalmente? Ahora siempre estará en su mente la idea de perfeccionarse. Siempre sabrá que puede tener lo que quiera de quien sea.  
Usted se sorprendería si lo escuchara ahora en comparación a cómo era antes. Es la versión mejorada de todo lo que quise ser y aprendí a ser. 
Yo veía borroso, ¿sabe? También pasé por algo que me diferenciaba de los niños de mi edad. No distinguía los límites, la silueta de la gente se desdibujaba, sus acciones abarcaban un espectro mayor del necesario. Luego comencé a usar esos horribles anteojos que parecían tapar todo mi rostro. Los niños se burlaron de mí, pero no me importó… aprendí a vivir con las críticas y las bromas. Algo cambió. Y pude certificar ese cambio cuando él tocó la puerta y habló con un hilo de voz. En ese momento supe que podía enseñarle a otro a ser mejor. Y lo logré, ¡lo logré! Lo amé como nadie lo amará jamás y él lo sabe. Sabe que es real, que fue real. Que ese amor con el que le enseñé todo lo que necesitaba saber fue real y su cura. Porque comencé a amarlo, y ese hecho aceleró el proceso de cura. Los supuestos especialistas que se hicieron cargo de él antes pensaban que sólo tenía un déficit atencional provocado por esa sordera leve con la que nació. Leve, que le provocó empezar a hablar muy tardíamente y comenzar a aislarse del mundo, demostrado en algunos tics o en momentos en que comenzaba a golpear la mesa con el lápiz o el cubierto para llamar la atención. Pero no, el no tenía nada de eso. A él le hacía falta amor, mi amor. Por eso me esforcé tanto, busqué una forma de ayudarle, lo acompañé en cada pequeño logro que obtenía. Le enseñé cómo tener absoluto control sobre sí mismo, a que disminuyeran los lapsus en que decidía alejarse del mundo que lo rodeaba. Lo hice más fuerte, más bello. Pasamos horas en mi oficina. La directora se preguntaba si no tenía acaso más estudiantes a los cuales atender, que mi rol como fonoaudióloga era ayudar a que todos los estudiantes que presentaran problemas lograran superarlos. Pero ella no entendía: él era el que más necesitaba ayuda. Necesitaba que lo abrazaran, que lo contuvieran, que le dieran una oportunidad ¿Usted tampoco lo ve? ¿No lo ve? Es que no lo conoció antes. Ahora tiene 16 años y ni rastros hay de sus problemas de comunicación. Trabajé los últimos 8 años en ayudarlo, ¿sabe? Fue un proceso… y yo…. Yo… yo descubrí que podía reírme con él, que no me temía, era bello, que nos queríamos… que ya yo no sólo era su terapeuta… que no solamente le había enseñado a hablar. Y es que cuando llegó a la adolescencia sólo confiaba en mí. Me lo dijo, ¿sabe? 
Un día… él se acercó. Yo estaba sentada en el sillón de la oficina. Se arrodilló, abrazó mis rodillas. Yo me conmoví, le besé la cabeza…yo… sentí que era diferente… sentí su respirar sobre mis rodillas… yo… yo…

-Usted abusó de su poder. Ese tipo «de amor» está penado. Y tiene un nombre, pero tendrá años para reflexionar sobre ello.