Me abrazó de las rodillas…

-¿Acaso no se da cuenta que lo convertí en algo mejor, que su porte y elocuencia han mejorado? Si, es increíble, le he dado lo mejor de mí y con eso ha reforzado lo mejor de él. Él es mi mayor logro. Cuando lo escuché hablar la primera vez, supe que no llegaría en su carrera muy lejos sin que alguien le ayudara, y ese alguien era yo. Yo debía enseñarle que  los hombros deben ir hacia atrás cuando habla y cómo debe impostar la voz para darle mayor potencia a sus ideas. Desde que nuestros caminos se cruzaron, supe que necesitaba que alguien creyera en él. Su familia no era más que un eslabón perdido en la evolución. Ninguno de sus miembros había sabido valorar sus esfuerzos. ¿Acaso no se da cuenta que su vida cambió radicalmente? Ahora siempre estará en su mente la idea de perfeccionarse. Siempre sabrá que puede tener lo que quiera de quien sea.  
Usted se sorprendería si lo escuchara ahora en comparación a cómo era antes. Es la versión mejorada de todo lo que quise ser y aprendí a ser. 
Yo veía borroso, ¿sabe? También pasé por algo que me diferenciaba de los niños de mi edad. No distinguía los límites, la silueta de la gente se desdibujaba, sus acciones abarcaban un espectro mayor del necesario. Luego comencé a usar esos horribles anteojos que parecían tapar todo mi rostro. Los niños se burlaron de mí, pero no me importó… aprendí a vivir con las críticas y las bromas. Algo cambió. Y pude certificar ese cambio cuando él tocó la puerta y habló con un hilo de voz. En ese momento supe que podía enseñarle a otro a ser mejor. Y lo logré, ¡lo logré! Lo amé como nadie lo amará jamás y él lo sabe. Sabe que es real, que fue real. Que ese amor con el que le enseñé todo lo que necesitaba saber fue real y su cura. Porque comencé a amarlo, y ese hecho aceleró el proceso de cura. Los supuestos especialistas que se hicieron cargo de él antes pensaban que sólo tenía un déficit atencional provocado por esa sordera leve con la que nació. Leve, que le provocó empezar a hablar muy tardíamente y comenzar a aislarse del mundo, demostrado en algunos tics o en momentos en que comenzaba a golpear la mesa con el lápiz o el cubierto para llamar la atención. Pero no, el no tenía nada de eso. A él le hacía falta amor, mi amor. Por eso me esforcé tanto, busqué una forma de ayudarle, lo acompañé en cada pequeño logro que obtenía. Le enseñé cómo tener absoluto control sobre sí mismo, a que disminuyeran los lapsus en que decidía alejarse del mundo que lo rodeaba. Lo hice más fuerte, más bello. Pasamos horas en mi oficina. La directora se preguntaba si no tenía acaso más estudiantes a los cuales atender, que mi rol como fonoaudióloga era ayudar a que todos los estudiantes que presentaran problemas lograran superarlos. Pero ella no entendía: él era el que más necesitaba ayuda. Necesitaba que lo abrazaran, que lo contuvieran, que le dieran una oportunidad ¿Usted tampoco lo ve? ¿No lo ve? Es que no lo conoció antes. Ahora tiene 16 años y ni rastros hay de sus problemas de comunicación. Trabajé los últimos 8 años en ayudarlo, ¿sabe? Fue un proceso… y yo…. Yo… yo descubrí que podía reírme con él, que no me temía, era bello, que nos queríamos… que ya yo no sólo era su terapeuta… que no solamente le había enseñado a hablar. Y es que cuando llegó a la adolescencia sólo confiaba en mí. Me lo dijo, ¿sabe? 
Un día… él se acercó. Yo estaba sentada en el sillón de la oficina. Se arrodilló, abrazó mis rodillas. Yo me conmoví, le besé la cabeza…yo… sentí que era diferente… sentí su respirar sobre mis rodillas… yo… yo…

-Usted abusó de su poder. Ese tipo «de amor» está penado. Y tiene un nombre, pero tendrá años para reflexionar sobre ello.

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